Kiosco Isidoro, el último bastión del diario papel en Marcos Juárez

En un mundo cada vez más digital, donde la información llega a la palma de la mano en segundos y se consume en fragmentos, todavía existen espacios donde el ritual de leer el diario o comprar una revista tiene valor. Uno de esos lugares es Kiosco Isidoro, ubicado en Marcos Juárez, Córdoba, y encabezado desde hace casi tres décadas por Eduardo Ribba, su dueño y alma mater.

Kiosco Isidoro, el último bastión del diario papel en Marcos Juárez
  • Eduardo Riva

Kiosco Isidoro, el último bastión del papel en Marcos Juárez rumbo a los 50 años de vida

Una postal que aún perdura

Eduardo habla con orgullo del presente, pero también con una fuerte carga emocional sobre el pasado. Su kiosco no es simplemente un punto de venta, sino una postal viva de la ciudad, un lugar que ha sido testigo de generaciones enteras que crecieron alrededor de la lectura en papel.

Hace años, Marcos Juárez tenía hasta siete kioscos. Hoy, Isidoro es el único que resiste. Este dato no solo refleja un cambio comercial, sino una transformación social y cultural profunda: leer en papel ya no es un hábito masivo, sino una práctica nostálgica, a veces íntima, casi de culto.

El kiosco como espacio de encuentro

Lo más importante para Eduardo no es solo vender diarios o revistas, sino haber construido a lo largo del tiempo un espacio de vínculos reales. A través del mostrador, no solo pasaron ejemplares sino historias, anécdotas, vecinos, familias enteras. La lectura, en ese contexto, fue el puente hacia algo más grande: la comunidad.

Muchos de sus clientes se hicieron amigos, como en el caso de Hugo Lerda, con quien mantiene una relación de décadas que empezó con la compra de un diario. Esos lazos fueron los que le dieron sentido al trabajo cotidiano, más allá de la lógica comercial.

Lectura, identidad y generaciones

El kiosco también es un espejo de cómo cambiaron los consumos culturales. Las historietas de El Tony o Patoruzú, las revistas como Noticias, los suplementos de arquitectura, los talleres de manualidades: todos formaban parte de un mundo que hoy parece lejanísimo.

Sin embargo, Eduardo rescata con optimismo la aparición de nuevas generaciones lectoras. Nietos que piden cuentos a sus abuelos, chicos que descubren a Gaturro, padres que regalan libros. Aunque sean minoría, dan esperanza.

Y aunque muchos medios locales ahora circulan exclusivamente en digital, todavía hay personas que viajan desde pueblos vecinos solo para comprar un diario o una revista, porque ya no llega más nada impreso a sus localidades. El kiosco de Eduardo es también una fuente de abastecimiento cultural regional.

De la profundidad al titular

Uno de los puntos más críticos que señala Eduardo es el cambio en la forma de consumir información. Mientras antes se leía una nota completa, se analizaban las entrevistas, se apreciaba el desarrollo de una historia, hoy prevalecen los titulares rápidos y los contenidos efímeros. Las redes sociales y la mensajería instantánea alteraron los hábitos, y también, según él, la calidad de la comprensión y la escritura.

Para Eduardo, leer forma. Y no solo en términos intelectuales, sino también humanos. Quien lee, dice, interpreta mejor, escribe mejor, se expresa con mayor claridad. Es parte de una educación emocional y social que no se reemplaza con una pantalla.

Adaptarse o desaparecer

Sostener un kiosco hoy no es fácil. El negocio, que antes se basaba en el volumen, se ha vuelto cada vez más limitado. Las editoriales han reducido títulos, muchas revistas desaparecieron tras la pandemia, y los costos fijos aumentaron. Pese a todo, Eduardo sigue firme, convencido de que su kiosco todavía cumple una función esencial en la comunidad.

Aún más: quienes compran papel suelen valorarlo por su permanencia. Un diario se puede dejar y retomar. Una revista se guarda. Una nota impresa se vuelve archivo. En lo digital, todo es transitorio, muchas veces perdido en el scroll infinito.

Rumbo a los 50 años

El año que viene, Kiosco Isidoro cumplirá medio siglo. Eduardo ya fantasea con celebrarlo a lo grande. Dice, entre risas, que “van a tirar la casa por la ventana… si es que no los tiran a ellos antes”. La frase resume con ironía y ternura la mezcla de resistencia, esperanza y amor por el oficio.

Más allá de los números, de la caída de ventas o del auge de lo digital, Isidoro sigue siendo un símbolo. Un espacio donde el papel aún respira, donde la historia sigue escribiéndose en cada ejemplar entregado, y donde la lectura todavía puede ser una excusa para encontrarse cara a cara.

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